En octubre de 1966 el secretario de Defensa Robert McNamara dio luz verde a lo que se conocería como el Proyecto 100.000. Consistía en reclutar para la guerra de Vietnam a aquellos candidatos que los médicos previamente habían declarado no aptos, buena parte de ellos debido a su bajo coeficiente intelectual. Fueron conocidos como los Moron Corps y su número de bajas en combate resultaría ser desproporcionado en comparación al resto. Años después una película trataría de reflejar este episodio histórico, pero el Pentágono no debía sentirse muy orgulloso al respecto ya que pidió que el guión fuera reescrito. Al final se eliminaron unas cuantas líneas de la historia y lo que quedó fue un soldado de pocas luces entusiasta de las gambas que era el mejor amigo del protagonista, un joven de Alabama con un CI de setenta y cinco puntos pero de un gran corazón, llamado Forrest Gump. Sin embargo, esta modificación tampoco logró la aprobación militar para una película con, a su juicio, excesivo lenguaje soez, alto contenido sexual, una inadmisible escena con el protagonista enseñando con desparpajo su herida en el trasero nada menos que al presidente norteamericano y, en definitiva, que retratara a alguien tan limitado intelectualmente y —gracias o a pesar de ello— tan buen soldado. ¿Pero qué importancia puede tener alcanzar dicha aprobación del Pentágono? ¿Cómo y por qué el ejército puede juzgar el contenido de una película e incluso llega a modificar su guión? ¿Es esta una práctica habitual?
En 1927 la película Wings, con un joven Gary Cooper, pudo recrear gracias a la ayuda del ejército de Estados Unidos los combates aéreos de la Primera Guerra Mundial. Tuvo un gran éxito de público y fue además la primera en ganar un Óscar a la Mejor Película, lo que llevó a pensar a algunos que esa pionera colaboración entre Hollywood y las fuerzas armadas podría llegar a ser el comienzo de una larga amistad. Unos años después, la Segunda Guerra Mundial ofrecería la oportunidad ideal de ver hasta dónde podrían llegar juntos. En cuanto estalló la guerra en Gran Bretaña la irreflexiva reacción inicial fue cerrar los cines, pero apenas unos días después los reabrieron, conscientes de que la batalla de la propaganda era tan importante como las que tenían lugar en el frente. En Estados Unidos, con una población inicialmente reacia a intervenir en un conflicto que les resultaba ajeno, la industria del cine en colaboración con la recién creada OWI (United States Office of War Information) dio lo mejor de sí: John Ford, John Huston, Frank Capra, William Wilder… es decir, muchos de los mejores directores de cine del mundo pasaron a dedicarse al rodaje de películas y documentales propagandísticos. También las estrellas de la pantalla colaboraron, como Humphrey Bogart e incluso personajes de dibujos animados como Tom y Jerry o el Pato Donald protagonizaron historias en las que mostrar la vileza del enemigo, estimular el patriotismo y convencer de lo justo y necesario que era participar en la guerra.

Acción en el Atlántico Norte destaca no tanto por su calidad como por su fuerte carga propagandística.
Los resultados de esta alianza resultaron ser demasiado buenos como para dar la relación por zanjada una vez concluida la guerra y en 1949 el Pentágono redactó un manual (A Producer’s Guide to U. S. Army Cooperation with the Entertainment Industry) que establecía las bases de la colaboración entre el ejército y la industria del cine y creó una oficina que se encargaría de aplicarlo. Hoy en día tiene hasta página web, donde muestran los requisitos que una película, serie, videojuego o vídeo musical debe cumplir para contar con la ayuda del ejército estadounidense:
- La producción debe contribuir a aumentar la comprensión pública de las Fuerzas Armadas y el Departamento de Defensa.
- La producción debería ayudar a los programas de reclutamiento y retención de las Fuerzas Armadas.
- La producción debe ser auténtica en su retrato de las personas, los lugares, las operaciones militares reales o eventos históricos. Las representaciones ficticias deben mostrar una interpretación posible de la vida militar, operaciones y políticas.
- La producción no debe aparecer para disculpar o apoyar actividades de particulares u organizaciones que sean contrarias a la política de gobierno de los EE. UU.
- El productor debe estar de acuerdo en firmar y cumplir el acuerdo de producción y DODI5410.16 (recibirá copias de ambos documentos al comienzo de la colaboración).
- Los activos militares solicitados deben estar disponibles cuando sea necesario.
De manera que si una producción supuestamente reúne estas condiciones tendrá acceso a bases militares, submarinos y portaaviones que utilizar como escenarios de rodaje, podrá utilizar helicópteros, tanques o cualquier otro vehículo o arma durante la filmación e incluso dispondrá de los propios soldados como extras de la filmación. Todo esto supone un ahorro de millones de dólares para las productoras, que a cambio solo tienen que enviar a dicha oficina el guión… y estar dispuestas a realizar en él todas las modificaciones que sean requeridas para lograr su aprobación.
¿Pero no sería esto una forma de censura? En teoría las productoras son libres para aceptar o no dicha colaboración, claro, pero la diferencia en el coste es tan grande que en bastantes casos renunciar a ella impediría realizar la película. Se trata por lo tanto de una forma de subvención con fondos públicos que promueve determinado discurso y dificulta mucho la existencia de voces alternativas. El periodista David L. Robb, nominado en varias ocasiones al Pulitzer y colaborador del New York Times entre otros medios, tiene publicado un libro, Operación Hollywood, en el que recoge numerosos testimonios de catedráticos de derecho norteamericanos que estiman que esta práctica es inconstitucional y atacaría de lleno la Primera Enmienda, en la que se garantiza la libertad de expresión.
¿Por qué ha funcionado entonces durante más de seis décadas hasta llegar a la actualidad? La respuesta que él mismo da es porque nadie ha llevado aún a juicio al ejército por ello. Al fin y al cabo las productoras pueden ver rechazado un proyecto en el poco frecuente caso de no querer transigir con las exigencias del Pentágono. Pero tal vez en el siguiente proyecto sí cuenten con su ayuda, así que mejor no agitar demasiado las cosas. De manera que en una relación a largo plazo dicho arreglo acaba funcionando para ambas partes. Uno de los productores de Transformers, Ian Bryce, lo explicaba así:
Sin el extraordinario apoyo militar que hemos conseguido habría sido una película completamente diferente. Una vez obtienes la aprobación del Pentágono, has creado una situación win-win. Queremos cooperar con el Pentágono para mostrarlos en su lado más positivo, y el Pentágono quiere proporcionarnos los recursos para ser capaces de hacer eso.
Otro productor, Jerry Bruckheimer, comentó en cierta ocasión este asunto: «No te van a prestar su equipo y su personal si les vas a dejar mal parados. Uno no deja entrar en su casa a alguien si sabe que la va a destrozar. Pues es lo mismo». Pero hay ahí un matiz en el que no parece haber reparado, no es «su» equipo y «su» personal. No es una organización privada libre de perseguir sus propios fines. Se trata de una institución pública sufragada con el dinero de todos los contribuyentes: los que apoyan al ejército y sus intervenciones en el extranjero, y también quienes lo critican. Como hemos visto antes, una de las condiciones exigidas es que «la producción no debe aparecer para disculpar o apoyar actividades de particulares u organizaciones que sean contrarias a la política de gobierno de los EE. UU.». Pero aquellos contrarios a la política del gobierno de turno también pagan impuestos y tienen tanto derecho a expresarse o ver expresados sus puntos de vista como quienes la apoyan.
Sea como fuere, resulta muy curioso ver qué películas han gozado de tal colaboración, cuáles no y, muy especialmente, ver los motivos que se adujeron en cada caso y qué cambios se solicitaron. Un aspecto al que también prestó atención el citado periodista en un exhaustivo proceso de documentación.
Los malos son canadienses y un marine no sale con bailarinas de striptease
Como hemos visto, uno de los requisitos es que «la producción debe ser auténtica en su retrato de las personas, los lugares, las operaciones militares reales o eventos históricos. Las representaciones ficticias deben mostrar una interpretación posible de la vida militar, operaciones y políticas». Sin embargo, el Proyecto 100.000 fue real y eliminar las alusiones a él uno de los requisitos para una colaboración que finalmente no llegó a producirse, lo que da a entender que los términos «realismo» y «autenticidad» pueden llegar a ser bastante elásticos. En Goldeneye, por ejemplo, un almirante que acaba colaborando con los malos era estadounidense en la versión original. Eso no fue admitido —los de Estados Unidos son incorruptibles— y pasó a ser francés, pero posteriormente otra escena requería para su rodaje en Montecarlo a la Armada francesa. Como en todas partes cuecen habas, ellos tampoco vieron bien que dicho personaje fuera de su nacionalidad y finalmente el cómplice de los malos pasó a ser canadiense.
Pero en este mundo no existen razones lo suficientemente pintorescas como para no ser sostenidas con plena seriedad. En la película Independence Day la expresión «machaquemos a esos cabrones» de Will Smith refiriéndose a los extraterrestres no era considerada acertada, ni tampoco que tuviera por pareja a una bailarina de striptease. No parece descabellado suponer que de entre el medio millón de soldados con el que cuenta el ejército estadounidense alguno habrá con esa circunstancia personal. Pues dice el Pentágono que no, que representar tal cosa no es realista. Ni siquiera posible. Pero lo que menos le gustó fue que los extraterrestres destruyeran con tanta facilidad a las tropas americanas y que el héroe resultara ser al final un piloto de avioneta alcohólico. Así que finalmente la ayuda militar no se produjo e Independence Day resultó más cara pero su, ejem, integridad artística no fue mancillada. Es decir, pudo haber llegado a ser peor.
Pero otras películas ni siquiera pudieron llegar a rodarse debido a un guión que no satisfacía tales intereses propagandísticos. Fue el caso de Countermeasures, en la que Geena Davis iba a protagonizar a una psicóloga a bordo de un portaaviones que se vería implicada en una trama de crímenes, abusos sexuales y venta secreta de armas a Irán. Con semejante historia lo tenía complicado para pasar el filtro y no había modificación del guión capaz de corregirla. Aunque lo curioso del asunto es que a continuación la productora pidió ayuda a la Armada española, para rodar la película en el portaaviones Príncipe de Asturias. Al haber sido previamente echada atrás por el ejército norteamericano las autoridades de nuestro país tampoco dieron el visto bueno.
El guión de Marea roja también fue rechazado de forma fulminante, puesto que resulta inconcebible un motín a bordo de un submarino equipado con armas nucleares. Aunque en este caso el desdichado Tony Scott pudo rodarla usando decorados. Otra película de Denzel Washington, En honor a la verdad, no recibió el visto bueno porque en ella, según la respuesta que recibieron de la autoridad militar «no había ningún soldado bueno (…) El general era un corrupto y el oficial del Estado Mayor, un afeminado». Vaya por Dios. La película 13 días, sobre la crisis de los misiles de Cuba mostraba una imagen muy negativa del alto mando militar, dispuesto a embarcarse en una guerra nuclear, por lo que se descartó cualquier colaboración. Pero dicha película se basó en las grabaciones de audio de las reuniones en la Casa Blanca, por lo que sus diálogos eran estrictamente reales.
Con tales precedentes añadir que ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, MASH, Apocalipsis Now, Los violentos de Kelly, Platoon o La chaqueta metálica tampoco fueron aprobadas ya no puede sorprender a nadie. Lo que lleva a deducir que en este grupo de disidentes no todas son grandes películas, pero sí están todas las que lo son, en lo que al género bélico se refiere. Y es que no parece posible hacer una obra artística de gran calidad y al mismo tiempo ser estrictamente convencional, transmitiendo un mensaje tan deliberadamente maniqueo y propagandístico. Un ejemplo de ello lo recoge Robb de una carta del responsable de una serie alemana llamada Jets a la oficina del ejército estadounidense, hablándole del proyecto:
Todos los estadounidenses que aparezcan en la película serán personajes absolutamente positivos. (…) Asimismo, nuestra película dejará constancia de la insuperable excelencia de su programa de instrucción de pilotos. (…) Uno de los protagonistas del film, el instructor Johnson, será un estadounidense y estará interpretado por un popular actor de este país. Será el instructor principal, y cada una de sus acciones y de sus palabras serán escrutadas con minuciosidad para que siempre resulten correctas. Será un personaje totalmente positivo y ejemplar en todas sus acciones y diálogos. Otros estadounidenses, tales como pilotos en prácticas, serán retratados como modelos de una conducta ejemplar.
¿Qué soporífera promete ser, no? Con semejantes mimbres sería un milagro realizar algo mínimamente interesante, divertido y de la suficiente complejidad como para captar la atención de alguien. Y sin embargo a veces el milagro se da, al menos en su apreciación popular. El ejemplo paradigmático es Top Gun, «la película más gay hecha nunca» según este memorable monólogo de Tarantino. Todo en ella se convirtió en un fenómeno de masas. El protagonista era una especie de caballero moderno que volaba a toda velocidad en aparatos de alta tecnología, disfrutaba del compañerismo y de la juerga, pateaba el culo de los malos, era aclamado como un héroe y al final se quedaba con la chica. Tom Cruise reforzó su estrellato y el product placement de las gafas que lucía en el film permitió a Ray-Ban incrementar sus ventas un 40%. Pero los grandes beneficiados fueron las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos, que lograron incrementar su reclutamiento en un asombroso 500%.
Si bien la lisonja puede llegar a límites obscenos en lo referente al ejército y sus marines, cuando se interpreta que es un gobierno concreto el objeto de propaganda al menos ahí comienzan a alzarse algunas voces cuestionando el apoyo militar al film. Ha sido el caso recientemente de la tediosa La noche más oscura, que algunos congresistas republicanos consideran un enaltecimiento de la administración de Obama y han criticado que se proporcionara información clasificada a sus creadores. Curiosamente fue nominada al Óscar a la Mejor Película, un premio que fue otorgado (a otra, Argo, que recreaba una operación de la CIA) por la mismísima esposa del presidente desde la Casa Blanca. Lo cual permite intuir que el funcionamiento de este conglomerado de intereses públicos y privados, de entretenimiento y propaganda, sigue funcionando actualmente a pleno rendimiento. Y no parece conocer límites, en la espantosa Battleship incluso ha llegado a participar como actor Ray Mabus, el Secretario de la Armada de los Estados Unidos.